“EL 2 DE OCTUBRE NOS SALVARON LOS SOLDADOS” – GONZÁLEZ DE ALBA
Muchas veces hablar con claridad y objetividad incomoda a muchas personas, y más si rompes mitos y leyendas de un movimiento que ha marcado a la izquierda mexicana, sin olvidar que ha sido bandera de infinidad de camaleones políticos y culturales que se valieron de los incidentes para hacer fama y fortuna.
La llamada izquierda mexicana odió y repudió a Luis González de Alba desde que empezó a mostrar la otra versión de muchos acontecimientos que fueron marcando la vida de México. Algo en él no le permitía mentir o ser parte de esa vorágine de información “tendenciosa” que competía con la información oficial, que la acomodaban a sus intereses y que trataban de imponer su agenda a la sociedad.
El padre tiempo se ha ido llevando a los actores del movimiento estudiantil de 1968. Cada actor tiene su versión, su trauma, su victoria o derrota del movimiento. Muchos escuchamos y leemos que la Plaza de las Tres Culturas quedó tapizada de cadáveres de los miles de estudiantes que asistieron al mitin de ese 2 de octubre de 1968.
Versiones van, versiones vienen. Números más, números menos, pero la cifra oficial de los caídos de aquel 2 de octubre quedó plasmada en la Estela de Tlatelolco: 44 y, con unos puntos suspensivos, esperando agregar los miles de nombres que hacen falta.
El ex líder del Comité Nacional de Huelga de la Facultad de Filosofía y Letras, Luis González de Alba, nos fue aclarando muchos dudas o mitos sobre lo que ocurrió ese ya muy lejano, pero muy presente, 2 de octubre de 1968.
Luis de Alba rompió muchos mitos, o mejor dicho, aclaró las dudas históricas durante la entrevista. Nos narra cómo fueron trasladados al Campo Militar Número 1 después de ser detenidos por el Ejército.
“(…) Ya con eso me subieron a los camiones del Ejército y dije: Pues ahora si no nos mataron arriba, ahorita nos van a llevar por una orilla, allá nos van a fusilar y nos van a dejar tirados. Por las ranuritas del toldo se alcanza a ver la Avenida Ejército Nacional. No iremos al Campo Militar. No sé si eso es bueno o malo, porque allá es precisamente donde nos van a matar, y no. A todos nos metieron aislados, uno por uno, en celdas de castigo para soldados”.
Con el movimiento de sus manos describe los separos de los militares: “Son celdas chiquirrititas, con un camastro de fierro sin colchón, por supuesto, ni siquiera una colchoneta. Tenía periódicos y un foco que no podías apagar porque tenía una malla de fierro, precisamente para que uno no meta la mano y apague el foco, y estaba prendido día y noche, pues aquí, bueno, va a ser después de que me interroguen, y pues no tampoco fue allí”.
Minutos después aclara un dato que siempre ha sido estandarte de muchos líderes estudiantiles: “No mataron a nadie, a nadie. Yo oía. Sale Gilberto Guevara. A las dos horas vuelve Gilberto Guevara. Entonces no lo sacaron a fusilar, Así uno por uno, A los varios días fueron por mí. Ahí vamos caminando, yo casi encuerado, con un friazo, ya de casi noviembre en el DF y en la madrugada. Y allá arriba un friazo, De repente escucho una descarga. Les preguntó:
–Oiga, ¿y eso?
Y me dicen los soldados:
–La descarga. Acabamos de fusilar a unos de tus amigos. El que sigue eres tú.
–Y dije “pues ni modo”. Yo estaba seguro de que me iban a matar en Tlatelolco. Ya llevo aquí varios días. Ya perdí la cuenta, así que ya gané varios, pero no les creo, nunca les creí. Vamos caminando derechito hacia una casita, con una ventanita, como de cuento de casita en el bosque. Vamos hacia aquella casita.
“Y en aquella casita, en efecto, eran los interrogatorios, y estaba el agente del Ministerio Público. Entonces me entregan los soldados. ‘Este es fulano de tal’. Llaman a un militar que se veía de rango alto, con una franja roja ancha en el pantalón. Me mete a un cuarto y está oscuro. Aquí es donde sucede todo lo que me han contado los guerrilleros, de que les meten la cabeza en el escusado, les ponen toques por aquí, por allá, pues no’”.
El ex líder estudiantil recordó cada momento, cada aspecto que vivió esos días de encierro en el Campo Militar. Son versiones y vivencias de Luis González que no dejan muy contentos a otros actores. Prosiguió: “Primero que nada me extraña que deja la puerta ligeramente abierta y entra un rayito de luz. Y luego tardé 20 años en darme cuenta de lo que estaba haciendo ese militar. Yo pensé que tenía frío porque se golpeaba cada que me preguntaba algo:
–¿Quién eres? ¿Qué estabas haciendo ahí? –zaz, se daba el militar.
–Fui al mitin –siempre se pegaba con la mano, pues sí es que hace mucho frío. Llega un momento en que me dice:
–¿Y quiénes dispararon?
–Pues unos que gritaban Batallón Olimpia –baja las manos, se deja de golpear, se queda unos segundos mudo y dice:
–¿Qué?
–Unos que gritaban Batallón Olimpia. Esos empezaron a disparar sobre la Plaza. Traían un guante blanco, iban sin uniforme, en ropa civil.
–Mira, ahorita vas a salir, el de la maquinita es el Ministerio Público, le vas a decir exactamente esto, lo que me acabas de decir ahorita.
Es imposible de creer lo que Luis nos dijo un militar defendiendo a un estudiante y asombrado por las declaraciones del detenido. Algo no empieza a cuadrar en los relatos de todos estos años. De Alba sigue:
“Entonces llegó ese momento culminante y empezaron a disparar unos que gritaron después, sorprendidos porque el Ejército les respondía el fuego, empezaron a disparar, empezaron a gritar, ‘¡Batallón Olimpia!’ y yo estaba atrás del Ministerio Público, que me dijo:
–“Eso no se escribe.
–“Y después de eso
–“Nos dijeron que nos tiráramos al suelo
–“¿Y quienes dijeron?
–“Los mismos que habían gritado Batallón Olimpia.
–“Eso no se escribe –vuelve a decir el tipo.
“No se escribió. Yo volteaba discretamente a ver dónde estaba el militar que me había dicho ‘vas a decir exactamente todo lo que me acabas de contar’. No me acuerdo si estaba”.
Es sorprendente escuchar a un revoltoso que le debe algo a un represor, como un militar, es impensable:
“No pasaron menos de 20 años en que me diera cuenta, y dije ‘Luis, ese tipo te salvó de una madriza, el militar, el militar se golpeaba, había dejado la puerta abierta para que oyeran los que estaban afuera sus golpes que se daba en la mano, una contra la otra iba con la pregunta, porque me los estaba dando a mí’. No me dio ni uno. De esos golpes todos se los dio él, la mano le debe de haber quedado morada. Se la debo”.
Luis aclaró lo que a muchos no les gusta escuchar: “Lo siguiente fue que yo pensaba que a todo mundo lo habían matado, a todo el mundo. Del Campo Militar nos entregan a Lecumberri, para ser más específicos en la Crujía C. La desocupan de presos comunes para meter nada más estudiantes, y después meten también a los dirigentes del Partido Comunista, que no eran estudiantes, a Unzueta, a Rincón Gallardo. Éramos puros estudiantes y filósofos del marxismo, y nada más como Unzueta y Rincón Gallardo. Nadie peligroso. Tenemos el primer domingo de visita, y digo ¿quién va venir? Nadie, los mataron a todos. Y llega uno, y llega otro, y llega mi hermano. Y les digo:
–“Oigan, ¿pues a quién mataron de nosotros?, y me dicen:
–“No, Luis, pues a nadie.
–“Bueno, ¿a quién hirieron?– no pues tampoco.
–“¿Cómo salieron de la trampa de Tlatelolco? ¿Cómo salieron?
–“Pues los soldados nos dijeron por dónde.
–“¿Los soldados?”
Es impensable pensar que los de verde olivo salvaron a los que los libros y testigos dicen que mataron. Con esa mente crítica se dio cuenta que los militares también fueron víctimas no reconocidas por los libros y mucho menos por la historia.
El 68 aún tiene muchos capítulos que escribir y mucho que aclarar. Todos los que lo vivieron tienen su historia y cada quien la cuenta a su modo, unos para recordar, unos para vender, otros para seguir en cargos políticos, otras ni la vivieron, pero si escribieron libros aparentando estar ahí, plagiando lo que Luis González de Alba escribió. Pero si Peña Nieto lo hizo, ¿porque ella no?
Texto y fotos: J. Tonatiuh Pérez Cisneros / Internet (Portada)
Fuente: Reversos